viernes, julio 30, 2010

El Necropolita - XXIX


XXIX


“hic iacet lepus” [12]


Sólo había una persona que esperaba la inesperada visita con absoluta tranquilidad. La única persona que, probablemente, estaba a la altura del trastorno mental del necropolita.

P. Brotons conocía la única manea de enfrentarse a la amenaza que él mismo había creado. De nada serviría la fuerza bruta y por ello había ordenado a la policía que permaneciese al márgen de la contienda por muchas llamadas desesperadas que recibiese.

Como los viejos villanos de los cómics, Brotons, había entrenado su mente para obtener los más óptimos resultados con el mínimo esfuerzo, aunque para ello tuviera que sacrificar la vida de algunos ciudadanos.

Vio aparecer a Efrén en una furgoneta flanqueada de mesitas de café, ya no tan blancas, a las que a su vez se habían incorporado unos pares de cadáveres chorreantes. Las miguitas de pan con que Brotons había sembrado el camino dieron su fruto. Tenía a Efrén justo donde quería y se felicitaba a sí mismo de haber urdido un plan tan efectivo en los apenas 30 minutos de los que dispuso tras la noticia de la fuga del desquiciado del pantano.

Con sus poderosos brazos abrió el balcón principal del consistorio. En el interior del despacho, su acólito Dyango, sería testigo de excepción de la destrucción total de la que había sido su más importante obra como profesional de la psicología.


Efrén avistó en lo alto de la fortaleza cómo una gigantesca llamarada de veinte metros incineraba las puertas del balcón central.

«¿Será un dragón?» rumió Efrén mientras asía con más fuerza a María. Estaba ansioso por descubrir la forma que habría adoptado el diablo en aquella ocasión y, mientras esperaba, decidió disparar a los estómagos de los que, estupefactos, rodeaban el vehículo con expresión incrédula.

Su carroza fue elevada unos palmos sobre el suelo por los ángeles belicosos que formaban su particular ejército. Seguía disparando a la vez que el coro de querubines dio vueltas en espiral levantando el vuelo. Esta vez la melodía entonada era un singular “twist and shout” muy apropiado para la ocasión: “twist” para Efrén; “shout” para la gente.

De repente sonó una voz llenando toda la plaza de Baix. Efrén detuvo su baile con un par de detonaciones secas sobre los oficinistas que, en la segunda planta, estaban ahora a su altura. Encaró el vehículo hacia el Ayuntamiento.


Saliendo a la luz del sol, Brotons, levantó el dedo, señalando a Efrén desde lo alto. A continuación exclamó Martínez, volverás a regurgitar gusanos soltando una amplia carcajada algo forzada.

La figura andrajosa que conducía el modificado furgón del Ayuntamiento quedó paralizado unos instantes. Se podía adivinar bajo las barbas de aquel sujeto una repentina lividez de auténtico terror. Efrén Martínez había vuelto a la época del colegio con una simple frase. La voz volvió a clamar:

Martínez, ¿recuerdas quién soy?


El demonio traspasó el umbral de la puerta. La masa informe y nebulosa aparecía a la vez que el cielo gruñía lanzando meteoros incandescentes. La tierra temblaba ante la horrenda visión del demonio en su forma primigenia. Monstruosos brazos atestados de tentáculos ondeaban intentando golpear a los alados acompañantes del salvador.

Las numerosas bocas que emergían una y otra vez del bloque carnoso gritaron Martínez, volverás a regurgitar gusanos . Algo se tambaleó definitivamente dentro de Efrén. Varias imágenes acudieron presurosas a respaldar tamaña afirmación (¿Martínez?). Dejó a un lado estos pensamientos dándoles un golpe con el codo y se centró en la bestia maligna, absoluto foco de maldad e inmundicia. María pugnaba por derramar el viscoso líquido vital que recorría las podridas venas de su adversario. ¡CLAC, CLAC!


Brotons veía cómo el descarado Efrén osaba a desafiarle, pues estaba cargando su arma, haciendo caso omiso a la presa mental que acababa de lanzarle. Miró a Dyango interrogándole fugaz y mentalmente: “¿Qué coño está pasando? ¿Por qué no se viene abajo?”.

Dyango aterrorizado salió al balcón, abrió la boca para explicarse: “estee…, pero…”. Una inesperada ráfaga de plomo le arrebató la capacidad del habla, quedando extendido a los pies del concejal. Brotons sabía que la próxima sería para él. Con un vertiginoso movimiento que en nada hacía honor a su envergadura, sacó de sus guías una de las tres banderas que ornaban el balcón. Por supuesto la de España. Besando el escudo se encaramó a la barandilla y preso de una furia sádica saltó empuñando el mástil hacia Efrén.

El dolor que preveía iba a causar y a sufrir fue demasiado intenso como para ignorarlo. Las puertas del placer estaban abiertas.


El viscoso espanto hizo crecer su enorme y alargado cuerno desde lo más profundo de sus entrañas, mientras aumentaba su volumen. Efrén se encomendó a Dios antes del supremo momento del martirio, pues sabía que debía morir.

El sol fue tapado totalmente por la voluminosa masa que rebosaba por el balcón. El demonio había saltado a por él. María lo recibió con una frenética sucesión de descargas atronadoras. Efrén estaba preparado para la cornada final y su propia salvación.


“LET THE SUN SHINE,

LET THE SUN SHINE,

THE SUN SHINE IN…”



[12] “Aquí yace la liebre”. Expresión que equivale a “ésta es la madre del cordero”.

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