viernes, julio 16, 2010

El Necropolita - XXVII


XXVII



Una gran multitud de ilustres ciudadanos del anillo paseaba tranquilamente por las calles de la Corredora. La “compra” o “shopping” se había convertido hacía algunos años, en algo parecido a un deporte y ya había verdaderos expertos en el tema. Incluso se rumoreaba la posible inclusión de esta actividad como disciplina olímpica en los próximos juegos, dada su amplia difusión y aceptación (y el tamaño de las billeteras de los que practicaban).

Una furgoneta blanca del Ayuntamiento surgió del carrer Ample, y casi como una exhalación, subió a la acera de la Glorieta. Llevaba enganchadas varias mesas blancas de terraza por detrás, por delante y a los flancos. Apenas unos instantes después la Corredora fue invadida por fuertes gritos. Aquella furgoneta circulaba en dirección contraria. ¡Y atropellaba a todo viandante que se cruzaba en su camino!

Los “¡Auxilio!”, “¡Socorro!” y “¡O sea!” que los “shoppers” proferían, no alcanzaban en apariencia al conductor del vehículo, el cual, seguía estampando los cuerpos que interceptaba contra el suelo o la pared. Algunos quedaban prendidos de los hierros de las mesas. Otras personas pudieron ver el rostro del asesino: ¡parecía un simple mendigo!, aunque había algo en su mirada…

En Massimo Dutti, las destrozadas lunas del escaparate habían seccionado el cuerpo de una muchacha que mientras se desangraba observaba cómo la planta de debajo de Zara era tomada por la destrucción. Vestidos, jerseys y móviles volaban junto a brazos, piernas y orejas en un ballet sanguinoliento y cruel. ¡Habrá llegado el Apocalípsis al paraíso de las VISA ORO!

Comenzaron a oírse detonaciones.

El sujeto de la furgoneta había bajado la ventanilla y, a través de ella hacía escupir fuego a una terrible y gran escopeta. Todos morían agónicamente bajo las ruedas o bajo las balas del inesperado ejecutor que unos momentos antes había irrumpido en las tranquilas y onerosas vidas de los habitantes del centro urbano.

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