viernes, junio 25, 2010

El Necropolita - XXIV





XXIV



Efrén había hecho tres cosas inesperadas (inesperadas para los que vigilaban) aquella bella y soleada mañana de mediados de septiembre:

- Levantarse antes de tiempo [10].
- Matar a los obreros de siempre, aunque también a los conductores de la ambulancia y a los tres mercenarios que aparecieron después tras las colinas.
- Fijarse en que el cartel que normalmente colgaba de la parte de atrás de las ambulancias ya no decía “infectados de gripe”, sino “trabajos del Ayuntamiento”.

Como consecuencia de tales cambios en la rutina, Efrén decidió actuar según su instinto. Y su instinto le decía que de allí de donde provenía la ambulancia había muchos más infectados. “Trabajos del Ayuntamiento”. Sí, Elche sería el comienzo de su nueva etapa: la salvación a gran escala. Se estremeció de placer sólo de pensarlo. Pero, ¿estaba bien disfrutar de la labor encomendada?
Un par de voces le gritaron que sí con tal fuerza que Efrén dio un pequeño respingo hacia atrás, topándose con la ambulancia. Al cabo de un instante Efrén se vio a sí mismo conduciendo el vehículo en dirección al centro de la ciudad. Casualmente todos los coches iban en dirección contraria a la suya. «¡Claro, la gripe!», pensó. No se entretuvo demasiado en arrojar a la cuneta a aquellos conductores, pues su labor se centraría en el foco de infección, un lugar llamado Ayuntamiento.

— ¡Señora, ¿por donde se va a este lugar? — señalando el cartel.
— Señor, usted debe estar enfermo… — contestó una amable y temblorosa viejecita que había observado la evoluciones en la circulación de Efrén.
— ¡¿Enfermo?! Usted es la que está enferm — BOUM.

Los sesos y otras partes no identificables de la viejecita rociaban con alegría el escaparate de una tienda de repuestos para motos. Era increíble, nadie parecía darse cuenta de su propia enfermedad. Dos fornidos mecánicos salieron con sendas llaves inglesas en dirección a la furgoneta. Efrén los vio venir y antes de proseguir con su frenético tour bajó a la calzada, propinándole un sonoro mordisco en la nariz a uno de ellos, mientras colocaba (LA BOCA DE MARÍA) el cañón de su escopeta en los testículos del otro. Y apretó el gatillo.

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[10] Probablemente debido a una habituación fisiológica a las drogas que le suministraban a diario en las comidas que encontraba “por casualidad” tras sus incursiones.


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viernes, junio 18, 2010

El Necropolita - XXIII




XXIII



Pablo Brotons observaba la plaza del Ayuntamiento a través de una de las ventanas del antiguo edificio consistorial. Sí, aquellos viandantes, aquellas pequeñas hormiguitas allí abajo nada sabían de su macabro plan… Hacía rato que estaba en el despacho, cómodamente apoltronado en su sillón de cuero, intentando machacársela con una revista pornográfica barata. Realmente no lo conseguía y eso estaba empezando a convertirse en un problema habitual: la edad, pensaba. De repente, un zumbido, y la voz de la secretaria anunciando una visita inesperada.

— Hazlos pasar, chata.
Brotons observó cómo dos de sus guardaespaldas franqueaban la puerta agachándose un poco para no impactar con sus cabezas en el dintel. Delante de ellos, un chico vestido con ropas neo-hippies intentaba zafarse de las manos que lo agarraban. Estaba visiblemente asustado.
— ¿Qué ocurre? — inquiría Brotons, algo molesto, pues había tenido el tiempo justo para guardar su herramienta.
— Este tipo estaba echando fotos en el pantano. Lo hemos pillado esta mañana — contestó una de las torres humanas.
— ¡Soy ornitólogo! ¡Estudio las aves! ¡Qué hay de malo en ello, señor! ¡Esto es ilegal, no pueden detenerme así porque sí! ¡Ni siquiera son policías! ¡AY!

Uno de los guardaespaldas había hecho callar al fotógrafo con una magnífica presa en el brazo. Brotons se acercó, al compás del vaivén de sus apretadas carnes, y le cogió una oreja al individuo, que trató de escapar otra vez, inútilmente.

— ¿Así que te gusta meter las narices donde no te llaman, eh majete? — susurró el concejal al oído del muchacho. — Ahora te voy a enseñar yo cómo tratamos a los que se cuelan en la fiesta sin invitación.

El muchacho intentó gritar, desesperado, pero su petición de auxilio se ahogó con un sonoro puñetazo en el vientre cortesía de Brotons que, a continuación, le propinó varios golpes más en la cara hasta tirarlo al suelo, donde el pobre desgraciado descubriría la extrema dureza de los zapatos Martinelli al contacto con sus huesos. Por su parte, Brotons, acababa de notar cómo una contundente erección pugnaba por salirse de sus pantalones. Por fin estaba tranquilo. ¡Su dignidad como hombre estaba asegurada!


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viernes, junio 11, 2010

El Necropolita - XXII



XXII



Jueves x de agosto del 2010

Aquí está la relación de datos que me pediste. Tal y como te prometí he incluido también las especulaciones sobre los cadáveres que encontramos en la zona referida. Según nuestras fuentes de información podríamos incluir entre los decesos, las víctimas del accidente de autobús del centro privado concertado “Misionero Don Raphael”. Le atribuimos al mismo causante los cuerpos encontrados en el cieno del pantano, lo cual haría un total de 71 muertos no contabilizados en el análisis estadístico que expongo a continuación:

- Nº de bajas......................................... 288
- M2 de terreno abonado.................. 585
- Nº de árboles plantados.................. 65

lunes, junio 07, 2010

LAS ECUACIONES DE PERELMAN DEMUESTRAN LA EXISTENCIA DE DIOS

Supongo que ya todo el mundo lo conoce, pero por si acaso os lo presento: Grigori Perelman. Se hizo famoso hace pocos años al demostrar la conjetura de Poincaré, enunciada en 1904, sobre la catalogación del espacio topológico n-dimensional. Se había demostrado para n=2 dimensiones, para 5 dimensiones, para 4, etc, pero la única demostración que se resistía era para n=3 dimensiones, precisamente el número de dimensiones de nuestro espacio. Esta demostración le ha valido la Medalla Fields (el Nobel de Matemática) y un millón de dólares. Por su puesto Perelman se niega a recoger la medalla y la pasta, porque prefiere vivir en la miseria con su madre en un micropiso de San Petersburgo, dando clases particulares, y no quiere ser un mono de feria.

En mi opinión, dicha demostración fue incluso más importante que la del Teorema de Fermat (por Andrew WIles), ya que el hecho de no tenerla para el espacio 3-dimensional, donde vivimos, implicaba que tal vez los seres humanos y el mundo no existían, o que estábamos en otra dimensión. (Todo eso me provocaba convulsiones, astenia e insomnio cada noche) .Ahora sabemos, gracias a Perelman, que somos tangibles, y podemos ir a comprar el pan o a un concurso de lanzamiento de azadas.




Perelman dándole la espalda a sus tensores de orden 4.


La noticia ahora es que Perelman ha encontrado la demostración matemática de la existencia de Dios. Ya era hora, después de la Suma Teológica (que, más que a Santo Tomás, se la debemos a su ayudante que la salvó de las llamas cuando su maestro la arrojó en Un Día de Furia), no se habían hecho grandes progresos en esta línea. La lógica modal ha abierto una vereda que todavía no sabemos a dónde va. Todavía no he tenido acceso a la demostración (la de Andrew Wiles era de más de 100 folios), pero que me falle la cobertura de mi móvil si no salen el número Pi y un elipsoide.

Aquí dejo links sobre el tema:

http://www.burbuja.info/inmobiliaria/guarderia/155223-el-hombre-mas-inteligente-del-mundo-grigori-perelman.html

http://www.abc.es/20100602/ciencia-tecnologia-matematicas/grigori-perelman-asegura-haber-201006022037.html

Esta es la última imagen que se tiene de Perelman, fue tomada en el 2007, en el metro de San Petersburgo, por un ciudadano que lo reconoció. Yo reconozco las J´Hayber de toda la vida.

viernes, junio 04, 2010

El Necropolita - XXI



XXI



Otro día, otro cargamento. La protervia de Efrén era mayúscula.
¿Hacía realmente la voluntad de su dios (o algo así)?
Su mente le decía que sí, pero eso sólo era la excusa que, como todo buen psicópata, construyó sin querer en su intelecto ya que la perversidad de todos sus asesinatos era atroz.
El segundo retén de obreros estaba formado por una treintena de personas, de las cuales dos tercios eran varones. Efrén despertó “casualmente” cuando todos ellos habían cavado largo rato y también por casualidad sólo quedaba un furgón bien visible con el típico letrero de letras blancas sobre rojo. Rápidamente afloró todo su instinto, su miedo, su necesidad de cumplir el mandato supremo, llevar la salvación a aquellos pobres e indefensos infectos.
Bajó la colina acechante junto a María y un juego de cuchillos japoneses que había preparado ¿antes? ¿de verdad? Sus emboscadas no tenían igual y caían como moscas. Si alguna clase de ser superior parecida a lo que Efrén tenía en mente existiese, seguro se materializaría para cortarle las pelotas a rodajitas, porque la saña con que actuaba en sus matanzas era extrema.
En esta ocasión no se conformó con matarles puesto que una vez hubo abatido una docena y malherido a los restantes, tuvo la osadía de acercarse y, con unos movimientos magistrales, paseó el filo de los cuchillos por el gaznate sangrante de muchos de ellos. Despacio, suave, el arma blanca se teñía de grana deslizando de fenómenos y en su mente enferma aparecieron un par de macabras ideas. Las materializó. Como era habitual, una música celestial acompañaba la génesis de estas. Desvió su cuchillo a otro punto más bajo y ambas, junto con el apéndice, fueron cortadas con un tajo totalmente limpio en un cuarteto de hombres. Su primera idea fue inspiración divina. Una voz le dijo: ”Efrén, probablemente de las tres mujeres que restan vivas y agonizantes alguna esté ligeramente embarazada”. Raudo y sin pensarlo una sola vez, reventó los vientres de toda fémina viviente o no. Ahora las vísceras adornaban la escena de una manera muy apropiada. Las dos últimas personas que tuvieron la desgracia de sobrevivir un poco más, recibieron finalmente su misericordia acompañada de plomo en la cabeza.

Así acabó su segunda jornada y, velozmente, se dirigió a la necrópolis, pues tuvo la sensación de que era vigilado. «¿Por algún infectado?», pensó con terror.
Efrén no lo sabía aún, pero en su decreciente capacidad de análisis lógico, se estaba gestando una idea muy concreta. Cuando realizaba su labor, de algún modo tenía la sensación de estar pescando en un pequeño charquito de una cala: los peces saltaban al anzuelo y él sólo tenía que mover la caña (en este caso la escopeta) para recoger aquello que las olas le traían. Sin embargo, el rugido del mar abierto era un constante tronar en sus oídos, de manera que incluso podía escuchar algo parecido al cántico hipnótico de las sirenas — Efrén, péscanos, estamos enfermas.


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