El Necropolita - XXIV
XXIV
Efrén había hecho tres cosas inesperadas (inesperadas para los que vigilaban) aquella bella y soleada mañana de mediados de septiembre:
- Levantarse antes de tiempo [10].
- Matar a los obreros de siempre, aunque también a los conductores de la ambulancia y a los tres mercenarios que aparecieron después tras las colinas.
- Fijarse en que el cartel que normalmente colgaba de la parte de atrás de las ambulancias ya no decía “infectados de gripe”, sino “trabajos del Ayuntamiento”.
Como consecuencia de tales cambios en la rutina, Efrén decidió actuar según su instinto. Y su instinto le decía que de allí de donde provenía la ambulancia había muchos más infectados. “Trabajos del Ayuntamiento”. Sí, Elche sería el comienzo de su nueva etapa: la salvación a gran escala. Se estremeció de placer sólo de pensarlo. Pero, ¿estaba bien disfrutar de la labor encomendada?
Un par de voces le gritaron que sí con tal fuerza que Efrén dio un pequeño respingo hacia atrás, topándose con la ambulancia. Al cabo de un instante Efrén se vio a sí mismo conduciendo el vehículo en dirección al centro de la ciudad. Casualmente todos los coches iban en dirección contraria a la suya. «¡Claro, la gripe!», pensó. No se entretuvo demasiado en arrojar a la cuneta a aquellos conductores, pues su labor se centraría en el foco de infección, un lugar llamado Ayuntamiento.
— ¡Señora, ¿por donde se va a este lugar? — señalando el cartel.
— Señor, usted debe estar enfermo… — contestó una amable y temblorosa viejecita que había observado la evoluciones en la circulación de Efrén.
— ¡¿Enfermo?! Usted es la que está enferm — BOUM.
Los sesos y otras partes no identificables de la viejecita rociaban con alegría el escaparate de una tienda de repuestos para motos. Era increíble, nadie parecía darse cuenta de su propia enfermedad. Dos fornidos mecánicos salieron con sendas llaves inglesas en dirección a la furgoneta. Efrén los vio venir y antes de proseguir con su frenético tour bajó a la calzada, propinándole un sonoro mordisco en la nariz a uno de ellos, mientras colocaba (LA BOCA DE MARÍA) el cañón de su escopeta en los testículos del otro. Y apretó el gatillo.
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[10] Probablemente debido a una habituación fisiológica a las drogas que le suministraban a diario en las comidas que encontraba “por casualidad” tras sus incursiones.
El Necropolita - XXIV by Francisco Marí Coig y Juan Pastor Serrano is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Spain License.
"Un par de voces le gritaron que sí con tal fuerza que Efrén dio un pequeño respingo".´No una, dos
ResponderEliminarEs que si es solo una voz podría haber dudado, pero siendo dos no iba a llevar la contraria... ¡eran mayoría, jajaja!
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