viernes, enero 29, 2010

El Necropolita - III


III



Era lunes, 18 de enero del 2010. Paquito no era lunes, pero sí inquieto, vamos, un culito de mal asiento. Tenía diez años recién cumplidos, ¡todo un niño del 2000!, y ese magnífico lunes de invierno se iba de excursión con el cole al pantano. Cachorrillos de todas las edades formaban el “convoy” hacia la diversión, pensado para aquellos que no esquiaban en la “semana de la nieve”.


Desde lo alto, Efrén, que despertó con el alba su cuerpo y su instinto de supervivencia, no pudo evitar ver toda aquella marabunta de posibles infectos. El miedo se apoderó de su mente a la vez que agudizaba sus sentidos.

Toda la mañana se mantuvo alerta. También durante la comida de los niños. No hizo más que observarlos. Los pequeños comenzaron a desperdigarse, ovejitas inocentes en pastos de Azazel.

Un niño se despistó del grupo. ¡Dios mío! se dijo Efrén Me está buscando. Sí, Paquito estaba muy enfermo, tosía, estornudaba y soltaba mocos a borbotones. Él lo sabía muy bien. Estaba en fase terminal, de verdad.

Paquito subía y subía, quería ser más alto que nadie. Nunca paraba. Como decía su madre: “le pica el culo y no puede estarse quieto”. Tenía que ver qué se veía desde lo alto.

Efrén lo tenía cerca. El niño trepaba con gráciles saltos cual gazapo. Era como una bomba de relojería andante con un único objetivo… él lo sabía.

Está muy enfermo, y sufriendo mucho… y quiere, necesita contagiarme. Santa María, madre de Dios, ruega por vosotros pecadores, ahora que es la hora de vuestra muerte ¡¡KABUM!!

El frágil conejillo había sido abatido. Tomando las precauciones necesarias, Efrén arrastró a Paquito hacia su guarida. La cabeza de Paquito no era ni por asomo la del feliz infante que había llegado aquella mañana al pantano, ahora algo viscoso y blanco dejaba un misterioso reguero a modo de siniestras señales de su muerte. Efrén sabía que la expresión de sus ojos revelaba cierto agradecimiento post-mortem, ya que su mirada al cielo en éxtasis no dejaba lugar a dudas. Pese al shock, Efrén era feliz por segunda vez, y no última.


Era la hora de pasar lista y los niños diligentes se disponían en filas. La profesora en prácticas, Matilda, Tenía la ardua labor de hacer un recuento riguroso antes de la partida.

¿Dónde está Paquito? .

No lo sé, seño. Dijo una chiquilla más bien entrada en carnes.

Tras echar unos vistazos a los alrededores y comprobar que no había rastro alguno del desaparecido, Matilda sacó la ficha y llamó al móvil de Paquito.

Tiruriruriruriruriru…

Efrén salió de sus pensamientos con un súbito sobresalto. Un teléfono. Una grieta en su realidad amenazaba con abrirse, pero el inconsciente de Efrén era ahora el órgano en el que se habían delegado todas las potestades de pensamiento racional de tal forma que las ideas que se le ocurrieron a continuación parecieron surgir en él por inspiración divina.

Cogió el teléfono. ¿Sí?. .

Umm, ¿quién es usted? ¿No es el móvil de Paquito? .

Efrén dudó unos instantes. Al cabo, su boca se movió.

Sí, soy su padre, está castigado, le he dado su merecido. .

No sea así, hombre, pero si él estaba con nosotros ¾ dijo profundamente sorprendida.

Pues hace un rato que a aparecido por casa. Hablaré muy seriamente con la dirección sobre su comportamiento negligente, señorita. .

TUUUUUUUUT…

Efrén reconoció al instante cuál era el sendero que había de seguir, la salvación debía llegar a todos aquellos que Dios le enviaba.


A las cinco de la tarde el moderno autobús del colegio arrancó. Dentro de él, varias cabecitas inquietas fermentaban el caldo de contaminación que sin duda les llevaría a la muerte. «¡Santo Dios, no se daban cuenta de que estaban condenados!».

A las cinco y siete minutos de la tarde el autobús lleno de niños se salió de la carretera. Alguien había colocado una enorme cantidad de piedras en el recodo de una curva. Ahora el autobús yacía en el fondo del barranco, del que emergían gritos desgarradores de angustia. Efrén sentía tanta lástima que bajó para acabar con el sufrimiento de los que aún se retorcían bajo los hierros.

Con lágrimas en los ojos, y ante las esperanzadas miradas de algunos chiquillos que le rogaban, sacó el mechero y prendió fuego al charco de combustible que había junto al vehículo. Luego se quedó un buen rato, hasta que sólo el resplandor de la hoguera recordó que aquello era un atardecer.


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viernes, enero 22, 2010

El Necropolita - II

II


Efrén movía la cabeza convulsivamente. Adelante y atrás, adelante y atrás. Visto desde un lado parecía estar meciéndose en una inexistente mecedora (en su caso era posible) o incluso imitando a algún célebre personaje de la mitología urbana.

«Tengo que hacer algo, tengo que hacer algo». La expresión de su mirada, perdida en el vacío, recordaba las esfinges del antiguo Egipto aunque en movimiento.

«La gripe asesina. Tengo que pensar. Soledad muerta. Deprisa. Pensar. Gripe asesina. Muerte. Dolor. Muerte. Cielo. Infierno. Ángeles. Dios. Jesucristo. María. ¿María? ¡Claro, María!».

Efrén sabía donde encontrar a María. Estaba escondida en el armario (Soledad tenía miedo de ella), Pero estaba seguro de que aún se encontraba allí, esperándole.

Con sumo cuidado sacó todos los cachivaches del armario empotrado hasta que al fin quedó al descubierto una vieja funda de imitación piel. Al abrirla, Efrén se dio cuenta que estaba algo raída por la humedad, aunque luego comprobaría que aquello que contenía no había perdido ni un ápice de vitalidad.


¡María Auxiliadora, su escopeta de cazar conejos los domingos!


María Auxiliadora había sido bendecida por la mano de Dios. Eso lo sabía muy bien Efrén, no era ningún bisoño. Pero ahora comprendía perfectamente por qué Dios le había concedido ese báculo de poder: él era muy importante y debía protegerse del peligro mortal que acechaba tras el horizonte, la gripe asesina.

Decidió que no había tiempo que perder y a las cinco de la tarde ya se había preparado un completo equipo de supervivencia para unos meses. Al igual que Moisés, se encaminó hacia las montañas en pos de la salvación. Pero Efrén conocía a la perfección la sierra en torno a la ciudad de Elche. Se estableció en la necrópolis íbera cercana al pantano, perfecta trinchera y hermoso y santo lugar extremadamente cercano a Dios. Sólo cabía esperar… atento.

Oscureció, pronto su cabeza “organizada” se despreocupó de enfermedades, del fin, y se lanzó a un sueño a través de pasillos, puertas y se folló a su madre y mató a su padre y…


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viernes, enero 15, 2010

El Necropolita - I




EL NECROPOLITA


Una historia casi real en Elche del 2010





Autores:
Francisco Marí Coig
Juan Pastor Serrano


Los personajes, hechos y situaciones que aparecen en este relato son pura ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


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I



“Nacemos locos; luego adquirimos una moral y nos volvemos estúpidos e infelices; después morimos.”

Atribuida a un psicoanalista inglés anónimo.




Trompetas y tambores, junto a atronadores y terribles ruidos sintetizados retumbaban en la televisión. Eran los comienzos de tan amenos anuncios electorales, que nos hacían pasar un buen rato de sobremesa durante unos pares de semanas.

A esta maravillosa programación, aquel día 17 de enero del año 2010, le acompañaba una noticia agradabilísima: “Ya son 29 los muertos a causa de la gripe asesina que causa estragos por doquier, al sur de la Gran Bretaña, locucionaba la periodista ante nuestro afable protagonista y aumentan los enfermos de forma exponencial. Cof, cof. Perdón. Los hospitales se hayan colapsados en este estado, por lo que ha pedido ayuda a Francia... la voz se desvanecía, pero retornó con mayor nerviosismo... Dios tenga piedad de nosotros. Sólo nos queda su misericordia infinita, a veces, y que se apiade de nosotros. La expansión de la gripe asesina es inexorable y según los últimos indicios está desembarcando en España. Presten atención a su entorno y no bajen la guardia. Después de la publicidad: el fútbol”.

Una mano sudorosa accionó el botón de desconexión del mando a distancia. “¡Una gripe asesina!” exclamó el individuo ante el televisor. Sólo contestó el silencio. Si era verdad lo que contaban las noticias... no podía quedarse ahí parado. ¡Tenía que hacer algo!. Porque estaba claro que la locutora había dicho exactamente eso ¡¡Una gripe asesina!!.


Efrén, ¿qué es lo que estás diciendo? .

Aquella voz provenía de la cocina y Efrén la conocía muy bien. Era la de su mujer, Soledad.

¡Soledad, la locutora de la tele ha dicho algo terrible! .

Efrén se incorporó, y fue hasta la cocina. Soledad le esperaba sentada en una mecedora, escuchando la radio.

¿Qué es eso tan terrible?, venga... .

Efrén la miró con la expresión del que mira un descarrilamiento.

Una enfermedad mortal viene hacia aquí. Ya han muerto muchas personas... .

Soledad no le dejó continuar.

Vamos, Efrén, que nos conocemos. ¿No será otra de tus manías extrañas? .

¡No puede ser! ¡Lo ha dicho la tele! .

En la radio sonaba una vieja canción de los ’70, en la que la depravada voz de algún drogata se esforzaba por rugir: “Break on through to the other side, break on through to the other side...”.

Soledad, ¡creo que esta vez va en serio! .

Ya, claro, como siempre. ¿Por qué no te calmas y te preparo una tila? .

Efrén sudaba copiosamente y tenía ambos ojos inyectados en sangre.

¡No quiero una puta tila, quiero que me escuches! ¡¡Vamos a morir!! ¿No lo entiendes? .

Los gritos habían resonado con fuerza en las viejas paredes del piso. Casi parecía que seguían en el aire cuando cesaron. Soledad habló por fin, suavemente.

Venga, hombre, no te pongas así. Pero lo más probable es que hayas oído algo sobre una enfermedad y lo hayas, cof, cof, malinterpretado..

Soledad había tosido. Soledad había tosido y Efrén lo había oído. Era tos... era tos, no tenía nada de malinterpretada. Quería decir exactamente lo que quería decir.

Soledad, date un momento la vuelta exclamó Efrén. Soledad obedeció. Y entonces la golpeó. Y no solo eso. Cubriéndose la boca y la nariz con un pañuelo, la arrastró hasta la bañera y la cubrió con salfumán. Cuando terminó la desinfección, se echó a llorar como un niño. ¿Por qué le ha tenido que tocar a ella?, ¿por qué? .


Efrén estaba llorando. Pero también estaba loco. Tanto que no se daba cuenta de que lo que estaba en la bañera deshaciéndose no era su mujer. De hecho era una silla. Una silla cuya destrucción había terminado a su vez con la pequeña parte de su cerebro que aún resistía asustada frente a los ciegos ataques de la sinrazón. Claro que esto era muy distinto a la verdad que él percibía. La única verdad realmente…



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domingo, enero 10, 2010

El Necropolita (versión original)

He aquí las 10 únicas copias manuscritas de "El Necropolita".

Tal día como hoy se comenzó a escribir esta obra de culto, que algún día será considerado un incunable. Estas dos primeras páginas son el bosquejo de la historia. Ya sabéis, cuidado al leerlas, puede que no estéis preparados.






Nota del autor: la fecha del manuscrito está en la esquina superior derecha. :P

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martes, enero 05, 2010

El orden coactivo y soberano


"El derecho es el orden coactivo y soberano de la conducta"
(Hans Kelsen, "Teoría Pura del Derecho")



Hans Kelsen era un jurista que vivía en un lugar llamado Colonia. Un día los Malos llegaron al poder y se tuvo que ir bastante rápido. De su magnífica Teoría del Derecho emana, entre tantas, una simple sentencia: "Toda norma implica una sanción". Osea, el incumplimiento de una norma jurídica siempre acarrea una sanción de algún tipo. Si no, no es una norma jurídica.

Creo que dicha idea de Kelsen es aplicable a todas las normas, sean o no jurídicas. Guardamos el sitio en la cola por si nos llaman la atención, los creyentes rezan para no morir abrasados en las llamas del infierno, somos corteses con los demás porque nos enseñaron desde pequeños a que lo contrario implicaba una reprimenda o un castigo. Y la sanción, que en sí puede no ser severa, ha creado un monstruo bastante más crecido: el miedo.

Tenemos miedo. Obedecemos por miedo en última instancia. Creemos que toda norma implica una sanción y no queremos ser sancionados. No miramos la norma, no analizamos su justicia o conveniencia, no la sometemos a examen, no la diseccionamos. Lo único que nos interesa es su sanción y dependiendo de ésta así será nuestro grado de obediencia. Si sabemos que tras la norma está "El hombre del saco", ponemos todos los medios para no encontrarnos con él. Somos pequeños y estamos asustados.

La vida nos pone una espada en las manos y le va quitando el filo poco a poco. Si seguimos teniendo miedo y seguimos estando ciegos, la próxima vez que algún Malo se alce pidiendo a la gente que use sus espadas, quizás la nuestra estará oxidada, olvidada... y no podremos defendernos.