Basurillas
La máquina imparable de destrucción que hemos creado nos devorará en poco tiempo como la planta de la pequeña tienda de los horrores. Extraer, crear, consumir y tirar. Ya os conté hace tiempo el cuento de mi celular. Por desgracia lo he dejado en coma ya que la perversa máquina imparable me ofrecía tres gratuitos con más prestaciones (probablemente también con más sufrimiento allende el Atlas) y con "solo" una firma que me encadena dieciocho meses más.
Hace más de un año videé un vídeo que me ha costado encontrar. Seguro que ya lo habéis visto, pero me gusta la tortura y lo copipasteo:
¡Qué alegría!, ¿no? De cualquier manera, no os creáis todo, ni lo de aquellos ni lo de ésta, pues nadie tiene la verdad absoluta, aunque algunos sí disponen de razones poderosas.
A lo que iba, que me descentro. Ha pasado ya un trío de meses desde que recogí de la calle a un desconsolado y mutilado computador personal.
Cerca de la medianoche salía de casa de la emperatriz cuando me topé con este desahuciado inocente, víctima de la máquina imparable. Primero pasé de largo, pero andados varios metros se me hinchó la vena rumana y sísmica. No había moros en la costa y retrocedí. Abierto en canal, con la caja destripada, pude oír cómo su deprimido procesador de casi dos gigaherzios, otrora ensalzado, sollozaba breves sniff, sniff, snob, snobs. Examiné sus heridas y advertí que nadie podría hacer nada por él excepto yo. Cargué con sus kilitos hasta mi morada y, allí, durante varios días de agonía lo desguacé hasta alcanzar el éxtasis del aprovechamiento. Sus órganos moribundos runrunean ahora en el cuerpo de mi computadora y seguirán vivos mientras mis endebles conocimientos de informática me permitan mantenerlos sanos.
Si alguien piensa que le puede sacar partido a alguna de estas piezas, que me lo diga y podemos hacer algún trueque.
Ah, y por último una página de visita obligada que encontré un día mientras buscaba gente que comparte mis ganas de aprovechar las cosas, eso sí, estos son auténticos profesionales: