El Necropolita - XXIII
XXIII
Pablo Brotons observaba la plaza del Ayuntamiento a través de una de las ventanas del antiguo edificio consistorial. Sí, aquellos viandantes, aquellas pequeñas hormiguitas allí abajo nada sabían de su macabro plan… Hacía rato que estaba en el despacho, cómodamente apoltronado en su sillón de cuero, intentando machacársela con una revista pornográfica barata. Realmente no lo conseguía y eso estaba empezando a convertirse en un problema habitual: la edad, pensaba. De repente, un zumbido, y la voz de la secretaria anunciando una visita inesperada.
— Hazlos pasar, chata.
Brotons observó cómo dos de sus guardaespaldas franqueaban la puerta agachándose un poco para no impactar con sus cabezas en el dintel. Delante de ellos, un chico vestido con ropas neo-hippies intentaba zafarse de las manos que lo agarraban. Estaba visiblemente asustado.
— ¿Qué ocurre? — inquiría Brotons, algo molesto, pues había tenido el tiempo justo para guardar su herramienta.
— Este tipo estaba echando fotos en el pantano. Lo hemos pillado esta mañana — contestó una de las torres humanas.
— ¡Soy ornitólogo! ¡Estudio las aves! ¡Qué hay de malo en ello, señor! ¡Esto es ilegal, no pueden detenerme así porque sí! ¡Ni siquiera son policías! ¡AY!
Uno de los guardaespaldas había hecho callar al fotógrafo con una magnífica presa en el brazo. Brotons se acercó, al compás del vaivén de sus apretadas carnes, y le cogió una oreja al individuo, que trató de escapar otra vez, inútilmente.
— ¿Así que te gusta meter las narices donde no te llaman, eh majete? — susurró el concejal al oído del muchacho. — Ahora te voy a enseñar yo cómo tratamos a los que se cuelan en la fiesta sin invitación.
El muchacho intentó gritar, desesperado, pero su petición de auxilio se ahogó con un sonoro puñetazo en el vientre cortesía de Brotons que, a continuación, le propinó varios golpes más en la cara hasta tirarlo al suelo, donde el pobre desgraciado descubriría la extrema dureza de los zapatos Martinelli al contacto con sus huesos. Por su parte, Brotons, acababa de notar cómo una contundente erección pugnaba por salirse de sus pantalones. Por fin estaba tranquilo. ¡Su dignidad como hombre estaba asegurada!
El Necropolita - XXIII by Francisco Marí Coig y Juan Pastor Serrano is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
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