viernes, julio 23, 2010

El Necropolita - XXVIII


XXVIII



Efrén era feliz. Su sueño se convertía en realidad. EL CASTIGO era administrado con MAESTRÍA y la sensación de estar sirviendo al cielo poblaba su mojada entrepierna en unos cada vez más caudalosos efluvios de líquido viscoso. Aunque atrás quedaba la Glorieta, estaba en la gloria. En otros tiempos habría sido reprimido por numerosos efectivos de las fuerzas del orden, pero en aquel momento, ni un solo policía o guardia civil asomaba el rostro por allá donde pasaba su particular “VUATIR” apisonador. De todas formas su objetivo estaba tan claro que no podía parar a meditar sobre otros extremos que no fuesen: MATAR Y DESTRUIR. Pero… ¿no era su labor la de SALVAR? Todo Estaba muy confuso. El baño de sangre había trastocado su ya de por sí confuso razonamiento.

«¿Me pregunto cosas? Chapas amarillas corren volteadas por la jeringa. ¿Leilo? ¿Perdonar? ¿Puños y borreguitos bastardos? El buey ya no escupe como antes y sus alas aterran sin bolígrafos.»

Efrén volvió a concentrarse: la Corredora estaba atestada de infectos. ¡¡BRUMM, BRUMM!! Retenía la furia del vehículo con el pedal de freno y disfrutaba de una excelente panorámica del rebaño de ovejitas que había de conducir al sangriento redil. Puso la primera y no dejó de acelerar hasta impactar con los primeros cuerpos. De nuevo la sonrisa diabólica de Efrén iluminaba su rostro, aterrorizando si cabe aún más a los que ya sabían hace tiempo que el fin se acercaba. Una mirada complaciente dirigió a sus compañeros, los ángeles blancos que también repartían de lo lindo. Éstos poseían unos esbeltos brazos que clavaban, arrastrando y magullando cientos de moribundos. Un neumático reventó, sin embargo esto no fue ningún impedimento para Efrén, sino todo lo contrario, ya que la desnuda llanta de aluminio demostró su valía ante situaciones adversas: no sólo permitía el avance de la furgoneta, sino que decapitaba y mutilaba cuerpos con mucha mayor facilidad de lo que lo hacían sus otras tres hermanas de caucho. Efrén no entendía por qué gritaban los que a su alrededor iban siendo abatidos. ¡¿Acaso no le agradecían sus tremendos esfuerzos por librarles del purgatorio?!

Estrelló el vehículo contra un comercio de dos plantas. Después de pasear sobre varios cadáveres y rematar el destino que Dios les había dictado, fue a topar contra los probadores en los que ilusos infectos intentaban ocultarse tras las cortinas, las cuales, enseguida fueron tiñéndose de oscuras manchas brillantes. Cada vez más grandes a cada nueva embestida. Dio marcha atrás rápidamente a pesar de los baches y siguió su camino. El Ayuntamiento se alzaba ya en lontananza.

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