El Necropolita - XX
XX
“Que estés a dieta no quiere decir que no puedas ver el menú”
Raúl Andrés Puertas Gallego
Un par de horas después de la desenfrenada orgía de sangre, Efrén descansaba pacíficamente en su retirada morada, sumergido bajo el suave y templado mar de tranquilizantes por el que su cuerpo se deslizaba.
La idoneidad de Efrén para la Misión había quedado patente. No cabía duda que había realizado un buen trabajo. La sugestión inducida por Dyango, el psicólogo, era total. Además el detonador había funcionado a la perfección: aquellos carteles de “trabajos del Ayuntamiento” que se convertían en “infectados de gripe” eran la pequeña lija que rascaba la cabeza de la cerilla (en este caso la de Efrén) y la encendía, y ardía hasta acabar con ellos. Dyango, ¡qué buen profesional! En cuanto éste descubrió lo que almacenaba aquel sujeto en su interior, supo cómo trabajarlo. Era como una marioneta, manipulada con unos hilos finísimos, eso sí, con algún riesgo que correr. No obstante, el verdadero titiritero era el “tranquilo” Brotons, que con firmeza manejaba los fuertes filamentos que sostenían a Dyango, quién a su vez movía al más tarado individuo que jamás haya visto. Formaban un móvil bellísimamente animado.
El alcalde reforzó las convicciones de Efrén sobre la epidemia de gripe y su relación con la deidad benevolente. Con ciertas drogas, su actuación en el papel de Padre Todopoderoso, y su convincente palabrerío, estos pensamientos quedarían grabados permanentemente en el alterado razonamiento de Efrén: estaría preparado para actuar. Pero… ¿cómo pararlo? Con más drogas, está claro. Un buen régimen de ciertos medicamentos “bien” administrados lograrían que el sujeto permaneciese en estado de vigilia sólo el tiempo necesario para cumplir la voluntad de Dios: unas dos o tres horas. De esta manera dispondrían de un margen suficiente para enterrar a los infelices peregrinos provenientes del Anillo, y otros preparativos para la siguiente sesión[9].
Los encargados de los nuevos oficios como “enterrador de falsos infectados de gripe”, “chófer de ilusos trabajadores del Ayuntamiento”, etc. eran de total confianza, seleccionados por Pablo Brotons con cuidado rectilíneo. Como ya había apuntado, los ciudadanos no debían olerse lo que allí había.
[9] El llamado tratamiento Ludovico descrito con más detalle en A Clockwork Orange consistía básicamente en condicionar a un sujeto mediante estímulos negativos para que fuera absolutamente incapaz de cometer actos de violencia. El tratamiento que recibe Efrén es el denominado Tratamiento Ludovico Inverso, que como su propio nombre indica es el diametralmente opuesto y consiste en el condicionamiento de un sujeto de tal forma que determinados estímulos controlados producen en él una brutal ansia de matar.
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