viernes, febrero 12, 2010

El Necropolita - V





V



Efrén llevaba sólo seis meses en su santuario, pero ya había matado a más de quince personas, sin contar su maniobra con el transporte público. Quince almas que ya no tendrían que purgar sus pecados. Efrén los había salvado.

Ahora los cuerpos de aquellos desgraciados habían pasado a formar parte del patrimonio biológico del pantano — donde con toda seguridad ya no podrían contagiar la gripe — y Efrén estaba empezando a sentir que la cada vez más cercana mano de Dios estaba guiando sus acciones de forma casi directa: el movimiento de una hoja, la curiosa forma de una nube, o incluso el lento discurrir del sol en el cielo eran señales que, con una adecuada atención, podían interpretarse como órdenes de aquel cuya morada era el universo.

Efrén recordó la tarde en que tras despejar de piedras la carretera, y bajo el tremendo hedor a carne asada proveniente del barranco, había atado por fin todos los cabos sueltos de su vida: «claro, Él me puso a prueba durante todo este tiempo… sólo se aseguraba de mi entereza.»

Efrén se dio cuenta que las palizas de su padre sirvieron para curtir su espíritu y prepararlo para el FIN. «¡¡Claro!!»

Más tarde entró al instituto y todo el mundo se dio cuenta de su problema de incontinencia urinaria (uno de los “regalos” que Papá le dejó antes de morir por sobredosis de barbitúricos). El hecho de que todos se burlaran despiadadamente de él, llamándole “El Chorro” y “El Agüitas”, no era más que un guiño del señor a su espíritu elegido. Ahora se sentía verdaderamente realizado. Y el hecho de que nadie en el mundo exterior hubiera advertido su labor le llenaba aún más de gozo.


Efrén dio un respingo. Los faros de un coche cortaban el denso aire del anochecer. Se vislumbraban apenas dos figuras en el interior. Una pareja. Efrén conocía la naturaleza de aquellos “asquerosos contubernios” entre infectos. ¡Querían propagar su inmundicia a través del fruto de esas uniones! El elegido ya se había encargado algunas veces de hundir bajo las aguas aquellas infernales intenciones. Y ese día no iba a ser una excepción.

Efrén les sorprendió en pleno acto. Era curioso que los enfermos tuvieran fuerzas para semejantes actividades aun a sabiendas de su cercano fin. Les obligó a permanecer en el interior del vehículo, y tras soldar las puertas con un soplete a gas, le indicó al hombre que abriera una ventanilla. A continuación Efrén sacó el panal de avispas que había traído consigo en una caja de madera recubierta con una fina tela. La arrojó a los asustados amantes. Cuando el hombre intentó salir por la ventanilla, el soplete volvió a entrar en acción y aun a riesgo de recibir él mismo algunas picaduras, Efrén, consiguió que el sujeto prefiriera morir en el interior de su corrupto nido de amor.

Con las picaduras se conseguía una penitencia más completa, ya que la mortificación de la carne aseguraba a las descarriadas almas un camino más recto hacia la salvación.



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El Necropolita - V by Francisco MArí Coig y Juan Pastor Serrano is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

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