Órganos interinos
Escribo estas líneas borracho.
He aprovechado los excesos de los ricos siendo pobre, he paseado junto al gran monumento de piedra de la Secta en mi ciudad. Junto a esos sillares que antaño formaron una montaña, fueron quemados y ahora restaurados, he cruzado el umbral de la puerta atraído por el soplido armonioso de los tubos metálicos, altos y robustos que hipnotizan a los fieles de mi pueblo. Soy el ratón engatusado.
¡Qué bien suena! ¡Qué maravilla! El fin del mundo tal y como lo conocemos está cerca y he planeado exprimir lo que me queda al máximo. ¡Qué suavidad! ¡Qué dulzura! La vida se nos va como el aire que empuja el fuelle y acaricia la tubería del órgano. En un soplo sale de golpe, de manera contínua, aguda o grave, alegre o triste a la vez pero rápida como un estornudo.
Crujidos y gruñidos de las puertas hacia la verdad suenan mientras continúo oyendo la acompasada brisa que anuncia La Fin del Mundo, el punto en el que ni tú, ni Aquiles, ni yo valdríamos un céntimo.
En esta tarde, tras los muros y contrafuertes que se debilitan, yo amarro fuerzas para acometer el final de mi existencia. Mi amiga que se viste de negro y que asoma con cara tan pálida como el hueso me ha visitado. - Un saludo - dice. Vuelven a sonar las enormes trompas, el silbido melodioso y delicado como la seda. Mas cuando espero tranquilo mi partida, un sonido estridente, una charamita de dolor, una dolçaina cojonera interrumpe mi nulo raciocinio.
Un demonio desciende desde el cielo vidriado para anunciarme las desgracias que acaecerán a mis amigos. Amigos en los que no me había fijado. Pero, ¡qué paradoja!, es tan agradable la combinación de asonancias. Esa flauta premedieval, ese conjunto de tubulares sopladores, el bien y el mal juntos como amigos, hermanos inseparables y amantes en una orgía de proporciones titánicas.
Los ecos resuenan en el bronce fundido hueco y el Ternari, cachondo, se pregunta al unísono: "¿nos la tiramos?, que nosotros no somos de piedra"
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