EL ARTISTA CONTORSIONISTA
Los artistas de la contorsión siempre han asombrado al mundo con la torsión de sus cartílagos. Desde tiempos remotos que pululaban los circos itinerantes por los pueblos y las ciudades con el noble afán de sobrecoger al espectador mediante su mérito elástico. Hoy todavía se les aplaude.
Sin embargo, cuando algún medio de comunicación nos presenta orgulloso a un contorsionista logrando proezas, nunca nos muestra la lista de los que se quedaron por el camino, es decir, de los que se partieron la columna en los entrenamientos y desde entonces que se retuercen en silla de ruedas. Nadie nunca se acuerda de "Los Descoyuntados":
Sólo hay una cosa que sorprende más que su capacidad para apelmazarse: su capacidad para desapelmazarse. Cabe preguntarse a qué esa obsesión de meterse en una caja lo más pequeña posible: quizá quieran esconderse del mundo, que nadie descubra la aberración de su ser. También resulta extraño que ningún gordo practique este arte, ya que está visto que todos los contorsionistas están delgados; y, por resultar un "deporte" tan barato, ¿acaso no deberían practicarlo los más pobres? Por otro lado, tenemos que reconocerlo... el contorsionismo es porno duro: al contemplar este aristofanesco espectáculo corporal nos anega el subconsciente con un caudal de imbricación sexual, ineludible al ser patrimonio de la sique colectiva el conocimiento del motivo por el cual un mamífero decide un buen día comenzar a perfeccionar la retorsión de su columna. Quizá sea este el principal motivo que nos impide apartar la mirada, hibridando asombro y lascivia, y uno de los gérmenes de su execrable éxito.
No sé si hay Campeonato del mundo de Contorsionismo, pero está claro que debe existir un baremo atroz para dilucidar si un contorsionista es mejor que otro, del mismo modo que en "El Carromato de Hombres Fenómenos" había una gradación de la monstruosidad.
Sin embargo, cuando algún medio de comunicación nos presenta orgulloso a un contorsionista logrando proezas, nunca nos muestra la lista de los que se quedaron por el camino, es decir, de los que se partieron la columna en los entrenamientos y desde entonces que se retuercen en silla de ruedas. Nadie nunca se acuerda de "Los Descoyuntados":
Sólo hay una cosa que sorprende más que su capacidad para apelmazarse: su capacidad para desapelmazarse. Cabe preguntarse a qué esa obsesión de meterse en una caja lo más pequeña posible: quizá quieran esconderse del mundo, que nadie descubra la aberración de su ser. También resulta extraño que ningún gordo practique este arte, ya que está visto que todos los contorsionistas están delgados; y, por resultar un "deporte" tan barato, ¿acaso no deberían practicarlo los más pobres? Por otro lado, tenemos que reconocerlo... el contorsionismo es porno duro: al contemplar este aristofanesco espectáculo corporal nos anega el subconsciente con un caudal de imbricación sexual, ineludible al ser patrimonio de la sique colectiva el conocimiento del motivo por el cual un mamífero decide un buen día comenzar a perfeccionar la retorsión de su columna. Quizá sea este el principal motivo que nos impide apartar la mirada, hibridando asombro y lascivia, y uno de los gérmenes de su execrable éxito.
No sé si hay Campeonato del mundo de Contorsionismo, pero está claro que debe existir un baremo atroz para dilucidar si un contorsionista es mejor que otro, del mismo modo que en "El Carromato de Hombres Fenómenos" había una gradación de la monstruosidad.
Claro que no te los muestran cuando sacan al campeón, porque los perdedores los dejan para los programas de madrugada, esos de hostia fina y tortazo que te crió, jaja.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, el contorsionismo es morbo total, ya sea por el componente erótico ya por el posible descoyuntamiento del protagonista. Nos gusta el sexo y el dolor y eso es lo que atrae al animal que somos.
Además, descoyuntarse siempre fue un verbo reflexivo.
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