sábado, noviembre 03, 2007

EL RETORNO DE TAMERLÁN


Tamerlán (1336-1405)

Mi reino es de este mundo.

La primera frase es tan atronadora, atroz, terrorífica… porque lo normal hubiese sido decir que su reino no es de este mundo y así otorgar un carácter mítico y sobrehumano a los hechos. Claro que entonces los versos que vienen serían tomados como una consecuencia lógica y en absoluto asombrosa. Amedrenta más preludiar con énfasis humano las sobrehumanas hazañas que siguen, y así lo hace.

Carceleros
y cárceles y espadas ejecutan
la orden que no repito.

Vemos que le basta una sola palabra para que se cumplan las ejecuciones, nadie le discute. Curioso esa forma de adjetivar al sustantivo “orden”: ¿qué tipo de orden? Aquella que no repito. Bella también la repetición de la conjunción en la enumeración.

Mi palabra
más ínfima es de hierro.


Nos hace imaginar cómo será su palabra más grande ¿acaso de aleación cromo-molibdemo-vanadio? De todas las formas posibles de describir una palabra ha usado un matiz de material hierro, es decir, podía haber dicho que su palabra era fuerte, estridente, compleja, etc, pero no, dice que es de hierro.

Hasta el secreto
corazón de las gentes que no oyeron
nunca mi nombre en su confín lejano
es instrumento dócil a mi arbitrio.


Se hace su voluntad en todo el universo, sin que nadie rechiste, incluso sobre aquellos que ni saben que existe.

Yo, que fui un rabadán de la llanura,
he izado mis banderas en Persépolis
y he abrevado la sed de mis caballos
en las aguas del Ganges y del Oxus.

Ha ganado las más grandes batallas y ha recorrido todos los confines del mundo.
Bellísimo lo de abrevar la sed. Eterna la referencia a los caballos en el clásico problema de los universales.

Cuando nací, cayó del firmamento
una espada con signos talismánicos;
yo soy, yo seré siempre, aquella espada.


Todo elegido tiene su “señal” el día de nacimiento. Un hombre que nació siendo una espada… ¿alguien se atrevería a luchar contra él? ¿Os imagináis al cielo lloviendo espadas?

He derrotado al griego y al egipcio,

Podría haber dicho “griegos” o “egipcios” pero ha usado esta curiosa forma singular que evoca a toda la multitud.

he devastado las infatigables
leguas de Rusia con mis duros tártaros,


Las frías tierras de Rusia han sido siempre un muro infranqueable para los míticos conquistadores (Aníbal con sus elefantes, Hitler con sus teutones tanques)

he elevado pirámides de cráneos,

Si el signo más grande de logro de civilización eran las pirámides egipcias, he aquí alguien que lo supera: no sólo construye pirámides, las construye con los cráneos de los enemigos que derrota. La imagen de una pirámide compuesta por calaveras infunde un pavor indescriptible.

he uncido a mi carroza cuatro reyes
que no quisieron acatar mi cetro,

claramente refiere que ha empalado calaveras de reyes. ¿Os imagináis encontraros al doblar la esquina con un tipo montado en una carroza de cuatro bastiones en cuyos extremos estén clavados los cráneos de cuatro reyes? Terror, terror, terror, terror.

he arrojado a las llamas en Alepo
el Alcorán, el Libro de los Libros,
anterior a los días y a las noches.

Él está por encima de los libros divinos y eternos, él puede a los dioses.

Yo, el rojo Tamerlán, tuve en mi abrazo
a la blanca Zenócrate de Egipto,
casta como la nieve de las cumbres.

No sólo en lo belicoso, también en el amor es él quien más puede. Nadie ha pisado nunca la nieve de las cumbres.

Recuerdo pesadas caravanas
y las nubes de polvo del desierto,

si en lugar de vapor de agua, las nubes son de polvo ¿qué lloverá? Llueven tormentos y sed y calamidad. Y él pasó por todo eso. Así de curtido está su carácter, así su piel.

pero también una ciudad de humo
y mecheros de gas en las tabernas.

Ah, qué lindo, “una ciudad de humo”, una vez más podría haber adjetivado típicamente, con términos que sean físicamente concordantes, p.e. :ciudad enorme, ciudad alta, ciudad larga, ciudad caótica, pero no. Borges tiene la virtud de adjetivar extrañamente sustantivos comunes. Ciudad es un nombre común, humo es un nombre común, pero que una ciudad sea de humo es una adjetivación del todo inusual y del todo bellísima.

Sé todo y puedo todo.

¿quién da más?

Un ominoso
libro no escrito aún me ha revelado
que moriré como los otros mueren


Acaba de descubrir que es un ser mortal, y que sus días acabarán como acaban para los demás mortales. No es un dios.

y que, desde la pálida agonía,
ordenaré que mis arqueros lancen
flechas de hierro contra el cielo adverso
y embanderen de negro el firmamento
para que no haya un hombre que no sepa
que los dioses han muerto. Soy los dioses
.

Este es el pasaje más hermoso. Las flechas de hierro pueden más que las de madera. Las lanza contra el cielo para vengarse de la afrenta que éste le infringe, que lo ha degenerado a mortal. Desafía a los dioses, se venga de ellos. Todo el cielo es una descomunal bandera de color negro, presagio de muerte. La cantidad de flechas es tal que el sol se tapa por completo y así todos los hombres del mundo, desde su confín lejano, observan el eclipse más poético de la historia, y saben que algo sobrenatural ha ocurrido ese día. Ese día ocurre que él, es decir, los dioses, han muerto, porque si él no es un dios entonces nadie puede ser un dios.

Que otros acudan a la astrología
judiciaria, al compás y al astrolabio,
para saber qué son. Yo soy los astros
.

El eterno confuciano de “conócete a ti mismo”. Y los dioses son los astros, porque en aquella época no se había desentrañado aún la mecánica celeste, y los astrolabios, los compases (un doblete aquí: en inglés compass=brújula) eran insuficientes.
Empieza la inflexión. A partir de aquí parece que se sale de su papel de Tamerlán y empieza a describir a su alter ego, a Borges. Hay demasiadas notas autobiográficas como para poder descifrarlas todas.

En las albas inciertas me pregunto

Adjetivar de “inciertas” a las “albas”… todos sabemos que si hay algo seguro son las puestas de sol y las albas, pero aun así las llama inciertas.

por qué no salgo nunca de esta cámara,

en verdad que pasó más tiempo en la biblioteca que en su casa.

por qué no condesciendo al homenaje
del clamoroso Oriente.

Miles de premios y homenajes le ofrecían por doquier, pero parece ser que no le llenaban su vacío interior. La pompa y el agasajo no le satisfacían, eso era para los mortales.

Sueño a veces con esclavos,

Pongo la mano en el fuego a que es verdad, a que soñaba con esclavos ¿alguno de vosotros ha soñado alguna vez con esclavos? A lo sumo después de ver “una de romanos”, pero como él se pasó la vida leyendo y como le embriagaban las hazañas de grandes héroes y reyes, los esclavos eran para él un sueño común.

con intrusos, que mancillan
a Tamerlán con temeraria mano
y le dicen que duerma y que no deje
de tomar cada noche las pastillas
mágicas de la paz y del silencio
.

Una referencia al insomnio que padecía y que le persiguió durante casi toda su vida, a él y a otros muchos genios. Tomaba pastillas para dormir. Los médicos son los intrusos que se entrometen en el magnánimo sino de su existencia: no dormir para poder crear más mientras dura su corta- mortal- vida.

Busco la cimitarra y no la encuentro.

Como se quedó ciego a los 40 años aprox., supongo una de sus más grandes frustaciones –como varón- era el no encontrarse el pene (la cimitarra). De los mil y un nombres que la imaginación humana ha dado al falo a lo largo de la historia, nunca me había encontrado con el de “cimitarra”.
Busco mi cara en el espejo; es otra.

Los eternos espejos de Borges, ya ciego de poco le sirven y, por supuesto, ya no reflejan el mismo rostro que de vidente.

Por eso lo rompí y me castigaron.

Mal augurio romper un espejo. Pero él tenía que hacerlo, tenía que vengar tamaña afrenta de los dioses y el capcioso albur.

¿Por qué no asisto a las ejecuciones,

Vuelvo a poner la mano en el fuego: no sólo soñaba con esclavos, apuesto a que también añoró vivir en épocas pretéritas para poder asistir a ejecuciones masivas.

por qué no veo el hacha y la cabeza?

No las ve porque está ciego. Se sabe que una vez cortada la cabeza el riego cerebral dura unos 20 segundos, en los que el ajusticiado puede ver su propio cuerpo descabezado y el hacha que lo desmembró. Es decir, al ser ciego, no puede asistir a su propia muerte, no puede verse envejecer en los espejos.

Esas cosas me inquietan, pero nada
puede ocurrir si Tamerlán se opone
y Él, acaso, las quiere y no lo sabe.

Aquí resurge su ánimo de sicología inversa.

Y yo soy Tamerlán. Rijo el Poniente
y el Oriente de oro, y sin embargo…

Finalmente acaba. Tras los desvaríos y alucinaciones vuelve a su realidad cotidiana: él no es Borges, es El Gran Tamerlán de las llanuras, bregador de los infames.

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